A veces la tristeza se queda, se instala. Ves como guarda sus calcetines en el cajón, el cepillo de dientes en el baño. Cuando se hace demasiado grande y amenaza con desbordar por puertas y ventanas, transformándolo todo en una melancolía sin noches... Yo, la doblo en pedazos cada vez más pequeños y me acuesto a descansar sobre ella, sin prisa, hasta que los pliegues de mi oreja la marcan y le recuerdan que soy yo quién siento, quién la siento y sin mí, no es nada.
Hay a quien aterra la hoja en blanco... Negra como el ala de un cuervo... Negra es la incertidumbre, espesa y negra la tinta de esa ingente maraña que se arremolina y vuela errante entre las curvas alteradas de mi cerebro confundiendo mi cordura. Letras de noche, bestial y demente la pesadilla que fluye incontenible con aquello que no se puede sujetar. Mudas y sucias historias informes desbordan a borbotones el hueco infinito; pluma oscura que no consigue cerrar los pesados parpados del día. La amable locura se agolpa ingenua. Sin duda, lo conocido, el espectro del insondable océano de monstruos, es lo que debo aprender a ahuyentar. Sí, quizá entonces yo también tema la hoja en blanco, será ese el día en que vuelen ligeras mis pesadas extremidades cargadas de espesa tinta. Habrá llegado el ligero día con rumor de sábanas blancas que, lentas, se deslicen y arropen las limpias líneas cursivas que pueda temer no hallar.
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