A veces la tristeza se queda, se instala. Ves como guarda sus calcetines en el cajón, el cepillo de dientes en el baño. Cuando se hace demasiado grande y amenaza con desbordar por puertas y ventanas, transformándolo todo en una melancolía sin noches... Yo, la doblo en pedazos cada vez más pequeños y me acuesto a descansar sobre ella, sin prisa, hasta que los pliegues de mi oreja la marcan y le recuerdan que soy yo quién siento, quién la siento y sin mí, no es nada.
Algo se quebró. Hubo un fuerte estallido; exagerado, demencial, incongruente con la frágil rama que pisamos y que cedió con insólita violencia vencida por aquel estrepitoso silencio. El suave sonido que cabía esperar de un tallo tierno se tornó desmedido, empezó a elevarse con furia, arañando sin control las paredes de nuestra urna, esa envoltura de humo y miedo que habíamos construido al escondernos. La rama quebrada no entendió las palabras que ya no sabíamos encontrar. Los confines de aquel espacio, se mostraron perfectos en la acústica del dolor. La mezcla evanescente que hasta aquel instante era sombra apacible, mudó de pronto en una materia nueva, de la factura de un cristal fino, firme y sonoro, perfectamente envolvente, sin fisuras que permitieran dejar escapar el más penetrante grito. No lo esperábamos, no era el fin para el que lo creamos. ¿Cómo pudo suceder? Quiero, quiero creer... quiero creer en algún día..., otro (el día que aún no existe), el día en que pod...
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