Algo se quebró. Hubo un fuerte estallido; exagerado, demencial,
incongruente con la frágil rama que pisamos y que cedió con insólita violencia vencida por aquel estrepitoso silencio.
El suave sonido que cabía esperar de un tallo tierno se tornó desmedido, empezó a
elevarse con furia, arañando sin control las paredes de nuestra urna, esa envoltura de
humo y miedo que habíamos construido al escondernos. La rama quebrada no entendió las palabras
que ya no sabíamos encontrar.
Los confines de aquel espacio, se mostraron perfectos en la
acústica del dolor. La mezcla evanescente que hasta aquel instante era sombra
apacible, mudó de pronto en una materia nueva, de la factura de un cristal
fino, firme y sonoro, perfectamente envolvente, sin fisuras que permitieran
dejar escapar el más penetrante grito. No lo esperábamos, no era el fin para el que lo
creamos. ¿Cómo pudo suceder?
Quiero, quiero creer... quiero creer en algún día..., otro (el día que aún no
existe), el día en que podamos mirarnos, mirarnos de nuevo. Es posible, puede que aún entonces nos reconozcamos y hasta
vuelvan a acariciarnos palabras sencillas, todas las miradas confiadas que esperaban
para curarnos. Puede que quede aún alguna palabra adormecida, alguna
caricia intacta, que ocupe el espacio que hasta ayer era un lugar, el nuestro.
Puede quedar, quizá, alguna semilla, imperceptible, escondida en el estruendo a la
espera del fin del fin...
Ayer la débil rama en la que quisimos mecernos cedió al pisarla. Hoy, sólo encuentro palabras que enmudecen, palabras que no me atrevo a
pronunciar.
Disfruto leyéndote y a veces tengo unas ganas enormes de escribir así, pero eso no es posible, la solución es obvia: aguardar a que escribas más, soy muy paciente.
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