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Todo parecido con la ficción es pura coincidencia


Si escucharas a la bestia...

No entiendo de qué me estás hablando, no sé si aún arrastras frases con sentido o sólo reverberan tus palabras rebotando asustadas en las elásticas paredes de mi cuarto. Algo sobre el miedo y la imposibilidad de mantener en calma mi mente, de poderla guardar en un lugar seguro y conocido. Algo de eso entiendo, sí, de verdad lo entiendo, aunque en este momento sólo puedo fijar mi atención en el lugar donde siento, el lugar llamado Tus dedos.

De verdad, intento seguir el hilo de tu pensamiento, permanecer aquí y no distraerme. Puede que me hables a mí o quizá sean excusas y, no sé si me importa pero, también siento que me voy una y otra vez distraída tras tu huella, esa pluma grabada de líneas curvas que se cruzan me encontró hace tiempo. Tu índice relajado alrededor de mi ombligo peina a contrapelo, rozando apenas (sé que con fingido descuido) mi piel. Tienes que saber que ha sido él quien ha hecho que se dispare mi pulso y ahora me arrastra a un lugar incierto al que sé que quiero llegar, me ha sacado del camino de tu pensamiento. ¿Qué puedo hacer ahora?

Y mientras tú, tú y tus fronteras cercanas a las que me llamas. ¿Me hablas ahora de psicotrópicos? Sí, hablas de niveles, los precisos para alcanzar parecidos grados de emoción al de mi mente, límites que ninguna droga conocida ha conseguido alcanzar y eso te inquieta, dices, te paraliza. ¿De verdad, eso puede preocuparte ahora, aquí, tan cerca?

Porque yo necesito que me ayudes y te abandones, ¿no ves que peleo por abrir tus labios con mi imaginación excitada hace rato? Sí, tu rival, la que no miente, me consigue el trofeo de tu boca entreabierta, que va a susurrarme en un momento mentiras incomprensibles que sí entiendo. La he invitado a cerrarse en mi cuello y sólo voy a esperar un poco más el sonido amable de tus afilados colmillos que empiezan a clavarse por puro instinto en mi piel; metálicos, suaves, acerados, desafiándome a perderme un poco más. Y sé que el peligro acecha, lo conozco, oigo el latido, casi puedo olerlo, me roza y quiere cerrarse alrededor del ritmo hipnótico de mi yugular, busca el lugar preciso donde romper la piel ahora.

Me miras asustado y no puedes verme. Yo sí te veo, salvaje, con la pupila dilatada y sedienta. Tan lejos que no vas a alcanzarme nunca, dices...
¿Si estoy en algún lugar desconocido, me preguntas?¿No lo ves? Tu huella y el calor de tu aliento me han encontrado, tu jadeo animal, la emoción de este perfecto acto de licantropía en mi carne, real, fantástico y ahora casi cierto, han llegado aquí solos.

Y de nuevo ¿vas a huir?

Sí, sé que se empieza a evadir esa tensión perfecta alcanzada hace un momento, escapa agarrada de la mano a tu miedo, que se aleja tambaleándose incrédulo. Y ya empiezo a sentir que el peso de tu dedo, ese calor que acariciaba mi abdomen, borra tus palabras. Lo confirmo con desaliento, tu pensamiento se está agotando en mi vientre y tu respiración empieza a acompasarse al ritmo de un cuarto de mis latidos; el amor y el miedo, pasión y temor a..., me decías justo antes de cerrar los ojos extenuado.

Sí, es verdad, tú te has dormido, puro agotamiento, y yo, yo sueño despierta. Porque las bestias no debemos dormir, no lo hacemos jamás cerca de la presa. Tampoco hablamos, sólo el instinto nos guía. Una vez más, estuvimos tan cerca...

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Tinta

Hay a quien aterra la hoja en blanco... Negra como el ala de un cuervo... Negra es la incertidumbre, espesa y negra la tinta de esa ingente maraña que se arremolina y vuela errante entre las curvas alteradas de mi cerebro confundiendo mi cordura. Letras de noche, bestial y demente la pesadilla que fluye incontenible con aquello que no se puede sujetar. Mudas y sucias historias informes desbordan a borbotones el hueco infinito; pluma oscura que no consigue cerrar los pesados parpados del día. La amable locura se agolpa ingenua. Sin duda, lo conocido, el espectro del insondable océano de monstruos, es lo que debo aprender a ahuyentar. Sí, quizá entonces yo también tema la hoja en blanco, será ese el día en que vuelen ligeras mis pesadas extremidades cargadas de espesa tinta. Habrá llegado el ligero día con rumor de sábanas blancas que, lentas, se deslicen y arropen las limpias líneas cursivas que pueda temer no hallar.