Hoy, casi treinta años después de conocerte, veinte años y cuarenta y seis días después de jurarte y no cumplir, de ser la más infame cobarde... Hoy, por encargo, te recuerdo. Hace ya un mes y quince días que enterré tu memoria junto al tocón de un árbol muerto y me picaron las hormigas; y ahora, atropellada, un jueves cualquiera de noviembre, hago un ejercicio por ver si te amo. No es que haya vuelto a las andadas, no te asustes, sólo quiero ejercitar los dedos. Y sí, recordando tu pelo, mis manos quieren perderse. Y, maldita sea, si imagino tu sonrisa, aún hoy, de día y de pronto, oscurece. Y me vuelvo vértigo, y tropiezo. Espera, tengo que parar para tomar aliento, para seguir recordando y que no desaparezca la pantalla tras el humo, ese humo tan antiguo y que sólo está en mis ojos. Pero he progresado mucho en estos últimos días, no creas . Me voy decorando la vida, y si consigo no extraviarme, creo que en poco tiempo te contaría que está preciosa. He amuebla...
Este con su sencillez y es de los que más me ha gustado. Pero a veces las malas ideas son las que traen los mejores momentos, a veces.
ResponderEliminarA veces, sí. A veces las malas ideas tienen muy largo recorrido y sí, a veces traen muy buenos momentos y su recuerdo es una guarida para fugitivos.
ResponderEliminarLas guaridas para fugitivos suelen estar llenas de telarañas, lugares húmedos e insanos en los que no es bueno permanecer mucho tiempo, son lugares de paso hacia quién sabe donde, pero siempre hacia otro lugar.
ResponderEliminarExacto, en cuanto el aire se hace irrespirable hay que salir, aunque sea arrastrándote.
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