Hoy, casi treinta años después de conocerte, veinte años y cuarenta y seis días después de jurarte y no cumplir, de ser la más infame cobarde... Hoy, por encargo, te recuerdo. Hace ya un mes y quince días que enterré tu memoria junto al tocón de un árbol muerto y me picaron las hormigas; y ahora, atropellada, un jueves cualquiera de noviembre, hago un ejercicio por ver si te amo.
No es que haya vuelto a las andadas, no te asustes, sólo quiero ejercitar los dedos.
Y sí, recordando tu pelo, mis manos quieren perderse. Y, maldita sea, si imagino tu sonrisa, aún hoy, de día y de pronto, oscurece. Y me vuelvo vértigo, y tropiezo.
Espera, tengo que parar para tomar aliento, para seguir recordando y que no desaparezca la pantalla tras el humo, ese humo tan antiguo y que sólo está en mis ojos.
Pero he progresado mucho en estos últimos días, no creas. Me voy decorando la vida, y si consigo no extraviarme, creo que en poco tiempo te contaría que está preciosa. He amueblado el salón con una futura biblioteca, y sigue pitando la olla en que convierto el tocadiscos o el Spotify . Paseo mis sábados de ficciones y teatro, títeres y vanguardia, de filmoteca y amigos. He recuperado de pronto, pero por mis méritos, a un amigo; el amigo. Los martes, lleno las noches de escritores y proyectos, de tertulia y de vecinos; esta vez puede que sí, sí, es muy posible que me anime a escribir de nuevo algún relato. Bonita vida me voy preparando.
Y ya no sueño con sentarme contigo y que se apaguen las luces; oliendo tu cuello volverme aire, y adentrarme soplando, despacio. Y recorrer cada arruga, cada rincón de tu camisa, cada botón de tu pantalón, una a una todas las costuras de tu ropa interior. No, no deseo más aburrirme contigo una tarde de domingo, sintiéndote cerca; mi compañero, mi reverso, mi cruz. No quiero más días perfectos a tu lado. Ya, no. Hoy ya no quiero recordarte. Ni hoy, ni nunca.
Porque hoy, sé que ha pasado un año desde que empecé de nuevo a desearte, desde que entendí que no te había olvidado, que a escondidas dormía tu recuerdo bajo toneladas de escombro.
Que hace más de un mes que viajé a enterrar tus recuerdos en el pinar de la ermita por no tentarme a verlos más, por no imaginarme de noche, a tu lado... Y escarbé profundo, mucho, para ocultarme el anillo con tu nombre y aquella fecha, desesperada, en un ritual absurdo, suicida.
Y hoy que he vuelto a recordarte, se agolparon en el impreciso lugar que asfixia, el dolor, el ansia y la belleza, arrastrando de nuevo mi cordura.
Hoy, tú, mereces un olvido, y es que tu sonrisa, tu quebrada, inocente y perfecta sonrisa, es la más profunda fosa, la maldita fosa hadal.
Es la primera vez que entro a tu blog, Elena. Y me ha sorprendido grátamente.
ResponderEliminarEs un relato repleto de matices poéticos. ¡Ah, el amor y el desamor cuánto juego nos da a los que nos gusta escribir!
Te he enlazado a mi blog para seguirte y no perderme tus escritos.
Besos
Jolín Mª José, muchas gracias. Qué sepas que nunca nadie me había hecho ni un comentario y mucho menos seguido. Me hace muy feliz y más si viene de ti. ¡Hoy es una gran día!
ResponderEliminarEste me ha gustado demasiado tal vez. Aunque creo que no hay que cubrir nada de escombros. Yo soy más de reciclar para nuevos hogares. Un abrazo.
ResponderEliminarNo había visto tu comentario... Ah, entraste y los leíste, por fin... No me habías dicho nada. Bueno, ya hablamos en directo, me hace ilusión, poeta.
Eliminar