Hay una sombra. Una larga sombra que por fin he conseguido vencer.
Negra o gris, dependiendo del día...
Acostumbraba a agarrarme del pie, me hacía
tropezar muchas veces, incluso podía llegar a hacerme caer y rozarme las rodillas.
Peleaba, pobrecilla, por la rabia de saberse perdedora; estaba bien jodida
luchando conmigo y eso no podía olvidarlo.
Hace poco la tumbé, ¡Zas!
Ese día
me había cabreado de lo lindo. Paciente, la había dejado estar; le daba un poco de
cancha a veces, pero aquél día fue demasiado... Se puso delante de mi, como
lanzada por un sol que ha decidido guardarse rápido por el horizonte; larga,
altiva y desafiante. Llegó por detrás y como cazadora furtiva me emboscó, para cortarme
el paso. Fue todo muy rápido. Quedé inmóvil y no dio lugar a salida alguna,
por que lo oscureció todo; apagó el camino, cerro mis parpados, y paralizó mi nervio óptico hasta lo más
profundo, incluso el sonido quedó extinguido, dejando solo de fondo tambores que
hacían temblar el suelo de notas oscuras, profundas, como la memoria olvidada.
Me
abandoné, hice que yacía dormida, vencida ante tanta oscuridad, simule un sueño
abismal, definitivo. Allí estábamos solas las dos como dos amantes enroscadas.
Sé que fue un truco sucio... Ella confíó en mi sueño y conseguí embotar su vigilia, pude lograr que alzase fugaces vuelos conmigo, vuelos de ala
oscura, fantasías inalcanzables, deseos de bosques húmedos y ríos escondidos... Y así, sometida a mi cruel naturaleza, cuando había olvidado que era profundamente mía, la besé.
Eso
no lo esperaba, no de mi. No hay nada como un beso tibio en mitad de la noche, nada
como soñarte a solas con tu sombra entre tanta oscuridad e imaginar vuelos
rasos, roces imposibles.
Un simple beso, no hay mejor promesa.
Un simple beso, no hay mejor promesa.
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